domingo, 29 de noviembre de 2009

Todo ver es un mirar

Decía Aristóteles que “pensar depende del sujeto mismo, de su voluntad, mientras que percibir no depende de él”. Aristóteles tenía una concepción especular del conocimiento y la percepción, convencido de que nuestra percepción de la realidad actúa como un espejo, que no hace otra cosa que reflejar lo que existe. De este modo, lo que la persona perci­be es lo que realmente existe: “vemos” la realidad. Todos somos en la práctica bastante aristotéli­cos, y acostumbramos a funcionar desde la creencia en ese carácter especular de la percepción.




Pero las cosas no son tan sencillas.
Un estudio publicado por la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America) desvela que las personas que se mostraban ideológicamente cercanas al presidente Barack Obama tendían a identificarse con imágenes "blanqueadas" del mismo. Los investigadores utilizaron tres fotografías con diferentes poses de Barack Obama durante la campaña electoral: una natural, sin retocar; otra en la que aclararon su tono de piel y una tercera en la que lo oscurecieron. Las fotografías eran diferentes para que los participantes en el estudio no se percataran de que se trataba de imágenes manipuladas.



Los sujetos que consideraban la foto aclarada como la más representativa de Obama eran los más propensos a votarlo. Un 75% de los que eligieron la foto más clara de eran potenciales votantes suyos, mientras que sólo un 11% de sus probables votantes escogió la foto con la piel más oscura.


El Museo de la Ciencia de Barcelona presenta estos días la exposición Abracadabra. Ilusionismo y ciencia. Su director, Jorge Wagensberg, ha escrito: "Ver es abrir la percepción". Mirar es fijar la vista. Observar es recrear la mirada. Experimentar es inventar una observación". No basta, pues, con "ver".

martes, 24 de noviembre de 2009

Pobreza y exclusión social en la Unión Europea


EUROBAROMETER SPECIAL SURVEY. Wave 72.1. Poverty and Social Exclusion (October 2009) .
  • Los ciudadanos de la UE temen la extensión de la pobreza y la exclusión social en la sociedad actual.

  • Más del 80% de los europeos piensan que la pobreza se ha incrementado en su país en los últimos tres años.

  • El desempleo y los bajos salarios son considerados por una mayoría como las causas "sociales" de la pobreza. También se hace referencia al coste de la vivienda: dos tercios de los europeos encuentran dificultades para asegurares un alojamiento decente a precios razonables.

  • Los factores "personales" que explican la situación de pobreza son las carencias educativas o formativas, la pobreza heredada y las adicciones.

  • Desempleados y ancianos son consdiderados grupos especialmente vulnerables.

  • Las personas encuestadas consideran que la pobreza es un problema que exige acciones urgentes por parte de los gobiernos.

Y más allá de los datos, las opiniones.

¿O más acá de los datos? Dime cómo defines y te diré lo que ves. Muy cierto. Pero no menos cierto: dime lo que crees que hay que mirar y te diré cómo defines.


jueves, 12 de noviembre de 2009

Felicidad interna, bruto

Mucho se ha discutido y se discute sobre la medición del bienestar. De todas estas discusiones surge una conclusión ampliamente asumida: las medidas clásicas como el Producto Interior Bruto dejan mucho, muchísimo que desear. Por cierto, nunca mejor dicho eso de "desear".
Pues de deseos hablamos, sí, tanto o más que de necesidades.

Si aquel famoso culebrón mejicano nos enseñó que los ricos también lloran, resulta que el reino de Bután mide su progreso y bienestar recurriendo al Gross National Happiness o Felicidad Interna Bruta (FIB).



Ahora, apelando a una revolución estadística para "salir de la religión de la cifra", el siempre sorprendente Nicolas Sarkozy -por cierto, tampoco el patriotismo parece traer la felicidad- ha impulsado una Comisión sobre la medida del rendimiento económico y del progreso social, bajo la dirección de Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi, con el fin de encontrar una nueva medida del crecimiento que tenga más en cuenta el bienestar de la población que el viejo PIB.
Hay tema.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Como si fuéramos iguales

¡Cuando piensas que la humanidad vivió siglos sin que esa idea se le pasara a nadie verdaderamente en serio por la cabeza! Nunca se le ocurrió a Sócrates ni a Platón ni a ningún filósofo de la Antigüedad. La idea de que todos somos iguales, no sólo los atenienses o los hombres libres. Me dirás que tuvo que ocurrírsles a los esclavos y a gente como los Ciompi de Florencia. Pues claro, naturalmente que se les ocurriría, pero nunca llegó al pensamiento de los que estaban arriba, los legisladores y los filósofos. Hasta el siglo XVIII. Sin embargo, no se puede decir que Sócrates o Pericles fueran estúpidos o que apoyaran ciegamente a la oligarquía. La idea de igualdad era semejante a aquella obra de teatro acerca del invitado a cenar. La "tuvieron en cuenta", pero enseguida pasaron al segundo plato y se olvidaron de ella. Perdona por el simil; me ha salido sin querer.

[Mary McCarthy, Pájaros de América, Tusquets, 2007]



¿Por qué es un problema la desigualdad? Importante: es un problema en nuestras sociedades, no necesariamente (o históricamente) en otras.
Esto es así merced a una aparente paradoja. La cuestión de la igualdad surge cuando el hombre moderno se descubre a sí mismo como individuo, es decir, como único, diferente del resto de sus semejantes. De ahí que “el principio del respeto a las personas, como «fines en sí mismas», en virtud de su inherente dignidad de individuos, constituya el fundamento del ideal de la igualdad humana” (Lukes). A diferencia de las sociedades tradicionales, en las que el tipo humano es el Homo hierarchicus, desigual por definición, las sociedades modernas han entronizado el Homo aequalis (Dumont). Continuando con la paradoja, podamos estar de acuerdo con la visión de Dahrendorf cuando sostiene que “el fin de la igualdad es la desigualdad; el fin de los derechos universales reside en las diferenciadas vidas individuales”.
Esta aspiración moderna a la igualdad se expresa cuando decimos que “todos somos iguales”. Nada hay de descriptivo en esta afirmación. Al contrario, el sentido común nos ilustra sobre lo enormemente desiguales que somos los seres humanos. Sin embargo, la herencia ética de la Ilustración consiste en "conjugar la petición moral de universalidad con la suposición política de igualdad. Contra toda apariencia dada por los hechos se comenzó a pensar «como sí». Se comenzó a pensar que la justicia dependía de este como si. Pensar a los seres humanos como si fueran iguales, imaginarlos como si fueran capaces de seguir normas dictadas por la razón o el sentido común" (Valcárcel).
Lo que queremos decir es que ninguna de esas diferencias es suficiente para distinguir radicalmente entre sí a los seres humanos: “Nuestra especie es una, y cada uno de los individuos que la componen merece una idéntica consideración moral” (Ignatieff). De ahí la definición de progreso propuesta por Rorty: “Un aumento de nuestra capacidad de considerar un número cada vez mayor de diferencias entre las personas como irrelevantes desde el punto de vista moral”.
Pero no se trata de un “como sí” cualquiera. Es la suposición que hace posible el comportamiento moral: “La igualdad es la suposición por excelencia para que la moral sea posible [...] Si no estamos dispuestos a considerar que cualquier otro tiene deseos o derechos tan seguros como los nuestros, ¿cómo podríamos siquiera plantear la universalidad, que es la forma propia del juicio moral?” (Valcárcel). Así pues, la idea de igualdad, la consideración de la igualdad como un bien moral, es lo único que nos permite pensar en términos de universalidad. Base imprescindible de los derechos humanos.
La desigualdad debilita los fundamentos morales de la convivencia: “Mina el terreno de las experiencias compartidas, incluso cognitivas, que operan como cimiento de los más elementales lazos fraternales y solidarios de las comunidades políticas” (Gargarella y Ovejero). Son numerosos los estudios que indican que las sociedades más igualitarias tienden a ser más cohesivas, existiendo una relación positiva entre igualdad y capital social (a más igualdad, mayor participación y compromiso ciudadano). A la inversa, los mismos o similares estudios confirman la existencia de una relación negativa entre igualdad y seguridad ciudadana (a menos igualdad, mayores tasas de delitos violentos). De manera que podemos concluir asumiendo que “las desigualdades en las rentas lo afectan todo, desde el tipo de estructura social a la que se enfrentan los individuos hasta la naturaleza del desarrollo emocional temprano. Las desigualdades socioeconómicas ejercen un profundo efecto en la calidad del entorno social y del bienestar psicosocial de la población” (Wilkinson).
Es por ello que la igualdad es condición necesaria para la libertad. Como argumenta acertadamente Balibar al desarrollar su idea de égaliberté, “no hay ejemplos de restricciones o supresión de las libertades sin desigualdades sociales, ni de desigualdades sin restricción o supresión de las libertades”.
Así pues, aunque la igualdad (y la desigualdad) no se agota en sus aspectos materiales, bien podemos decir que no se concibe sin esta dimensión material. Los derechos sociales han surgido de un descubrimiento tan evidente como fundamental: que “la libertad está amenazada por el despotismo, pero también por el hambre y la miseria, la ignorancia y la dependencia” (Contreras). De ahí el acierto de Marshall cuando, en sus ya clásicas conferencias de 1949 en Cambridge, concibe el desenvolvimiento de la ciudadanía moderna como el progresivo desarrollo de tres dimensiones irrenunciables: civil, política y social.
Así pues, en nuestros compromisos políticos debemos optar por la igualdad frente a la desigualdad. Ahora bien, esto no es decir mucho. Como señala Bobbio, el concepto de igualdad es relativo, no absoluto. Y continua:
"Es relativo por lo menos en tres variables a las que siembre hay que tener en cuenta cada vez que se introduce el discurso sobre la mayor o menor viabilidad de la idea de igualdad: a) los sujetos entre los cuales nos proponemos repartir los bienes o los gravámenes; b) los bienes o gravámenes que repartir; c) el criterio por el cual repartirlos. Con otras palabras, ningún proyecto de repartición puede evitar responder a estas tres preguntas: «Igualdad sí, pero ¿entre quién, en qué, basándose en qué criterio?»".



Pero esta es otra historia.