viernes, 19 de marzo de 2010

¿De qué clase de clase media hablamos?

EL PAÍS publicaba ayer un amplio reportaje en el que, bajo el título de "¡Burgueses del mundo, uníos!", se reflexionaba a propósito del crecimiento "a un ritmo de vértigo" de las clases medias en los países emergentes. La fuente principal del reportaj es el trabajo de Homi Kharas The emerging middle class in developing countries, publicado en enero de 2010 por la OCDE. El reportaje comienza así:

"La expansión de las clases medias en los países emergentes avanza a un ritmo vertiginoso. El crecimiento económico sostenido de muchos países muy poblados está impulsando el ascenso social de grandes masas. Más de 1.840 millones de personas viven ya en hogares con una renta por habitante de entre 10 y 100 dólares al día, según un estudio publicado recientemente por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En 2000, eran 1.360, sólo 140 millones más que en 1992, aclara Homi Kharas, economista autor del estudio. Utilizando otros parámetros, algunos analistas calculan que la mitad de la población mundial pertenece a la clase media. Los datos difieren según el criterio elegido, pero nadie discute la tremenda aceleración del avance burgués en la última década".

Contrasta este planteamiento con el análisis que Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi hacen en su libro El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste (Lengua de Trapo, 2007). Bernabé Sarabia ha publicado una amplia reseña del mismo en EL CULTURAL.

Contrasta también con la preocupación que, particularmente en el espacio francés, se viene manifestando por el desclasamiento de los jóvenes licenciados, de los hijos de la democratización.




El sociólogo Camille Peugny, autor de una investigación sobre este fenómeno, lo explica así:

"La generación del baby-boom, es decir los nacidos en la postguerra, es la de las trayectorias sociales ascendentes. En los años 1960, esta tendencia se invierte, y después la situación no ha cesado de degradarse. Las razones de este fenómeno son diferentes. Los trabajadores nacidos después de la guerra han llegado al mercado de trabajo en plena euforia de los Treinta Gloriosos, en el momento del crecimiento y de la terciarización de la economía. La generación siguiente llega a la madurez en los años 1980, golpeados por la aparición del paro de masas. Pero hay otra razón, más profunda, que tiene que ver con la transformación del capitalismo.
Los años de la postguerra han visto constituirse un compromiso social más bien favorable a los trabajadores. Desde los años 1970 y con la aparición de lo se ha llamado “capitalismo financiero” o “mundializado”, la situación del trabajador se ha transformado radicalmente. El economista Daniel Cohen da un ejemplo muy clarificador de ello. Según él, en un par de zapatos vendidos actualmente a 47 euros, 1,33 euros van a los trabajadores. Quedan 22 euros que sirven para pagar la concepción, los 23 euros restantes financian la distribución del objeto. Se ve claramente que la fase de producción ha llegado a ser accesoria. Son los trabajadores quienes pagan los platos rotos de esta nueva situación"
.

Sin obviar la difícil medición del desclasamiento, el hecho es que en nuestras sociedades el tradicional imaginario del ascensor -modelo de la movilidad social ascendente como aspiración universal- ha sido sustituido desde hace dos décadas por el amenazador imaginario del tobogán por el que temen deslizarse quienes se sienten vulnerables y precarios.

Por todo lo dicho, sorprende el tono fukuyamista del reportaje de EL PAÍS. Máxime cuando, más allá del debate sobre la caracterización de esas clases medias en términos objetivos, no está en absoluto claro el apoyo que estas clases medias emergentes prestan a la democracia. Lo advertía en el mismo diario Lluis Bassets:

"Las clases medias europeas y americanas han demostrado que donde mejor crecen es en régimen de libertad y democracia. Pero no significa que la libertad y la democracia sean el abono imprescindible para su expansión. En España conocemos de primera mano la expansión de las clases medias en dictadura. Gracias a la dictadura, dirán los escépticos en materia de libertades. A pesar de la dictadura, responderán los liberales. No es una reflexión historicista: vale para el mayor vivero de clases medias de la historia que es China. Y trasciende el marco chino.
El mundo se está desoccidentalizando a marchas forzadas, según expresión de Javier Solana, utilizada hace pocos días en Barcelona, en su primera conferencia como presidente del Centro para la Economía Global y la Geopolítica de ESADE. Y nos estamos conformando ya al desplazamiento de su centro de gravedad. El problema es saber si nos vamos a conformar también a que nuestros valores queden diluidos o devaluados. De cómo encaren las clases medias chinas, indias y brasileñas su relación con las libertades individuales y la democracia parlamentaria dependerá en buena parte el futuro de las libertades y de la democracia en el mundo. Nada menos"
.

En esto coincide con los ya citados Gaggi y Narduzzi, que al final de su libro escriben:

"Frente a una sociedad "desclasificada" todavía más fluida, y, por lo tanto, más influible por propuestas políticas radicales, este problema de la gobernabildad se plantea de manera más viva. El riesgo es que, a falta de una propuesta política clara, un porcentaje relevante del cuerpo electoral acabe por escuchar las sirenas de los líderes "populistas" que proponen responder a la complejidad de los problemas con recetas proteccionistas simples pero inaplicables, con la xenofobia, con la tendencia a echarles a los demás -China, los emigrantes, las instituciones europeas, el euro- las culpas de nuestros problemas".


Nuevas clases medias emergentes allá, viejas clases medias desclasadas acá, el populismo reaccionario parece gozar de excelentes oportunidades para brotar y enraizar.

Una llamada de atención a la política progresista. Otra más.