Publicado en The New York Times el pasado 17 de marzo. Publicado en castellano por el mismo medio, aunque con distinto título.
¡Un subidón de autoestima!
Para entender la situación económica, busca a un sociólogo
Si caminas media calle en el centro de Washington, es casi seguro que pasarás junto a un economista. La gente con instrucción avanzada en ese campo moldea las políticas en temas tan variados como la manera en que se proporcionan los servicios de salud, las licitaciones de licencias de radiodifusión y transmisión televisiva, o las regulaciones sobre la contaminación ambiental.
No obstante, podría haber una desventaja en el hecho de que esta disciplina académica tenga tanta primacía en la elaboración de las políticas públicas.
Dicen que si solo tienes un martillo, cualquier problema te parece un clavo. El riesgo es que cuando todos los asesores de políticas son economistas, todos los problemas parecen reducirse a un inadecuado PIB per cápita.
Hay otra disciplina académica que podrá no contar con la atención de los presidentes pero quizá podría explicar mejor en realidad qué ha fallado en grandes espacios de Estados Unidos y otras naciones avanzadas en los últimos años.
Los sociólogos pasan su carrera tratando de entender cómo funcionan las sociedades. Algunos de los problemas más apremiantes en varios países pueden reflejarse en datos económicos como niveles bajos de empleo y salarios estancados, pero también son evidentes en las tasas elevadas de depresión, drogadicción y muerte prematura. En otras palabras, la economía solo es una pieza del más amplio problema de la sociedad. Así que quizá valdría la pena escuchar a las personas que estudian justo eso.
“Una vez que los economistas tienen la atención de los funcionarios de Washington, los convencen de que las únicas preguntas que vale la pena hacerse son aquellas que los economistas tienen la capacidad de resolver”, dijo Michèle Lamont, una socióloga de Harvard y presidenta de la American Sociological Association. “No quiero decir que se reste importancia a lo que hacen. Simplemente se trata de que muchas de las respuestas que ellos dan son muy parciales”.
A modo de correctivo, me sumergí en algunas investigaciones sociológicas con un enfoque particular en los grandes problemas enfrentados hoy en día por las comunidades en países avanzados, para entender el tipo de lecciones que este campo puede ofrecer.
Para empezar, mientras que los economistas tienden a considerar un empleo como un intercambio directo de trabajo por dinero, una buena parte de la investigación sociológica muestra lo vinculado que está el trabajo con un sentido de propósito e identidad.
“Los sueldos son muy importantes porque, desde luego, ayudan a que las personas vivan y mantengan a sus familias”, señala Herbert Gans, un profesor emérito de Sociología de la Universidad de Columbia. “Pero lo que los valores sociales pueden hacer es decir que el desempleo no se trata solo de perder un sueldo, sino de perder la dignidad y la autoestima, el sentido de utilidad y todas las cosas que hacen que los seres humanos se sientan felices y capaces de funcionar”.
Eso parece ser todavía más cierto en Estados Unidos. Por ejemplo, Ofer Sharone, un sociólogo de la Universidad de Massachusetts en Amherst, estudió el desempleo entre los profesionistas y encontró que los estadounidenses consideraban su capacidad de asegurar un empleo como un reflejo personal de su valor como personas. Por lo tanto reaccionaban muy mal al rechazo, con frecuencia culpándose a sí mismos y en muchos casos dejando de buscar trabajo. En contraste, en Israel los profesionistas veían conseguir un empleo como algo más relacionado con ganar la lotería y se descorazonaban menos por un rechazo.
Sharone trabaja con terapeutas laborales con el fin de explorar cómo usar este hallazgo para ayudar a los desempleados de mucho tiempo.
Jennifer M. Silva, de la Universidad Bucknell, ha estudiado en años recientes a jóvenes adultos trabajadores y ha encontrado un profundo sentimiento de inseguridad económica en la que los marcadores tradicionales de adultez, como comprar una casa, casarse y asegurar un empleo, se perciben como fuera de alcance.
Junta esas lecciones y podrías pensar que la nostalgia económica que alimentó la campaña presidencial de Donald Trump no tenía que ver tanto con la pérdida de ganancias por los desaparecidos empleos en fábricas. Más bien, puede ser que la economía industrial ofrecía a los obreros un sentido de identidad y propósito que la moderna economía de servicios no les da.
La sociología también ofrece lecciones importantes acerca de la pobreza que la economía no brinda por sí sola. Evicted, un libro muy celebrado del sociólogo de Harvard Matthew Desmond, muestra cómo el riesgo siempre presente de perder una casa genera inseguridad y pesimismo entre los estadounidenses pobres.
Va en contra de la tendencia pensar en una política de viviendas solo como una cuestión de cuáles subsidios van a quiénes y qué incentivos deben darse para alentar a los bancos a hacer préstamos en vecindarios pobres. Todo eso es importante, por supuesto, pero en realidad no aborda el abrumador desafío de la inseguridad que afecta a millones de personas.
Asimismo, una gran cantidad de investigaciones sociológicas trata sobre la noción de la estigmatización, incluyendo a los pobres y las minorías raciales. Deja en claro que hay problemas más difíciles de resolver acerca de estos asuntos que simplemente eliminar la discriminación que se da de manera abierta.
Es una cosa, por ejemplo, prohibir la discriminación en la vivienda por motivos raciales. Pero si los corredores de bienes raíces y los posibles vendedores de una casa rechazan sutilmente a unos compradores pertenecientes a una minoría, el efecto no cambia. El profesor Gans, de Columbia, ha sostenido durante décadas que la estigmatización de los estadounidenses pobres alimenta la pobreza persistente y arraigada.
Si existiera el Consejo de Asesores Sociales de la Casa Blanca, uno de sus grandes retos sería convertir algunos de estos hallazgos en propuestas reales de políticas que podrían ser de ayuda.
Tratar de resolver los problemas sociales es una tarea mucho más compleja que trabajar para mejorar los resultados económicos. Es relativamente claro cómo un cambio en las políticas hacendarias o un ajuste a las tasas de intereses pueden hacer que la economía crezca más rápido o más lento. Es menos obvio lo que puede hacer el gobierno, si acaso, para cambiar fuerzas impulsadas por la psique humana.
Sin embargo, hay un riesgo de que un círculo vicioso esté funcionando. “Cuando nadie nos pide consejo, no hay un incentivo para convertirnos en una esfera de la política”, dijo el profesor Gans.
Puede ser cierto que estas lecciones sobre la identidad y la comunidad no se transformen de inmediato en informes gubernamentales de políticas ni en planes de cinco pasos, pero una comprensión más profunda de ellas ciertamente podría ayudar a quienes elaboran las políticas.
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