Hoy reproduzco aquí (no íntegramente y sin las notas con las referencias utilizadas por el autor) una interesante reflexión de George Monbiot, incluida en el libro ¿Cómo nos metimos en este desastre? (Editorial Sexto Piso, Madrid 2017), en el que se recogen una cincuentena de artículos publicados por este autor entre 2010 y 2015.
Monbiot es un conocido escritor británico, columnista de The Guardian y de El Diario, autor de libros muy recomendables, de los que sólo dos están editados en castellano:La era del consenso, Anagrama 2004, y Calor. Cómo parar el calentamiento global, RBA 2008.
El artículo original, en inglés y con las referencias utilizadas para su elaboración, puede leerse aquí.
LAS GUARIDAS DEL ESTUDIO
¿Quiénes son los capitalistas más crueles en el mundo occidental? ¿Cuyas prácticas monopolistas hacen que Wal-Mart parezca una tiendecita y Rupert Murdoch un socialista? No adivinará la respuesta ni en un mes de domingos. Si bien hay muchos candidatos, no doy mi voto a los bancos, las compañías petroleras o las aseguradoras de salud, sino -espere- a los editores académicos. [...] De todos los fraudes empresariales, el chanchullo que ellos dirigen es el que necesita con más urgencia ser remitido a las autoridades de la competencia.
Todo el mundo proclama que está de acuerdo en que hay que animar a la gente a comprender la ciencia y demás investigación académica. Sin los conocimientos actuales, no podemos tomar decisiones democráticas. Pero los editores han puesto un candado y han colgado un cartel de «Prohibido acercarse» en la puerta.
La política de pagos que utiliza Murdoch puede no gustarle, pues cobra una libra por veinticuatro horas de acceso a The Times y a The Sunday Times. Pero al menos en ese período se pueden leer y descargar tantos artículos como uno quiera. Leer un solo artículo publicado por una de las publicaciones de Elsevier le costará 31,51 dólares. Springer cobra 34,95 dólares, Wiley-Blackwell 42 dólares. Si lees diez, pagas diez veces. Y las publicaciones conservan el copyright a perpetuidad. ¿Quiere leer una carta impresa en 1981? Eso le costará 31,50 dólares. Por supuesto, podría ir a la biblioteca (si es que todavía existe). Pero los precios astronómicos también han llegado a ellas. El coste medio de una suscripción anual a una publicación de química es de 379 dólares. Algunas revistas cuestan 10 mil dólares al año o más. La más cara que he visto, Biochimica et Biophysica Acta de Elsevier, cuesta 20.930 dólares. Aunque las bibliotecas académicas han estado recortando drásticamente las suscripciones para llegar a final de mes, las publicaciones ahora consumen el 65% de su presupuesto, lo que significa que han tenido que reducir el número de libros que compran. [...]
Murdoch paga a sus periodistas y editores, y sus empresas generan gran parte del contenido que utilizan. Pero los editores académicos consiguen gratuitamente los artículos, los ensayos de sus colegas (investigaciones realizadas antes por otros investigadores) y gran parte de lo que editan. El material que publican fue encargado y financiado no por ellos sino por nosotros, a través de becas de investigación del Gobierno y estipendios académicos. Pero para verlo tenemos que volver a pagar, y un ojo de la cara.
Las ganancias son astronómicas, en el último año financiero, por ejemplo, el margen de beneficios operativo de Elsevier fue del 36% (724 millones de libras de unos ingresos de mil millones de libras). Este dinero es el resultado de tener el control absoluto del mercado. Elsevier, Springer y Wiley, que han comprado a muchos de sus competidores, actualmente publican el 42% de los artículos.
Más importante aún es que las universidades están atrapadas en la compra de sus productos. Los artículos académicos sólo se publican en un sitio, y tienen que ser leídos por los investigadores que tratan de mantenerse al día respecto al tema. La demanda es inelástica y la competencia, inexistente, porque las diferentes publicaciones no pueden publicar el mismo material. En muchos casos los editores obligan a las bibliotecas a comprar un gran paquete de publicaciones, las quieran o no. [...]
Los editores sostienen que cobran esos precios debido a los costes de producción y distribución, y que añaden valor (en palabras de Springer) porque «desarrollan marcas de revista y mantienen y mejoran la infraestructura digital que ha revolucionado la comunicación científica en los últimos quince años». Pero un análisis realizado por el Deutsche Bank llega a otras conclusiones. «Creemos que el editor añade relativamente poco valor al proceso de publicación [...] si el proceso realmente fuera tan complejo y costoso, y tuviera tanto valor añadido como dicen los editores, no se alcanzarían márgenes del 40 %». En lugar de ayudar a difundir la investigación, los grandes editores lo impiden, ya que sus largos tiempos de respuesta pueden retrasar un año o más la publicación de los hallazgos.
Lo que aquí vemos es puro capitalismo rentista, monopolizar un recurso público y luego cargar un precio desorbitante para utilizarlo. Otro requisito para ello es el parasitismo económico. Para obtener el conocimiento por el que ya hemos pagado, debemos entregar nuestro derecho al uso de las guaridas del conocimiento.
Esto no favorece a los académicos; para los legos es peor. Me refiero a los lectores de trabajos revisados por colegas, según el principio de que todas las reclamaciones deben ir a sus fuentes. Los lectores me dicen que no alcanzan a discernir por sí mismos si he representado la investigación con imparcialidad o no. Los investigadores independientes que tratan de informarse sobre temas científicos importantes tienen que apoquinar mucho dinero. Es un impuesto sobre la educación, una asfixia de la mente pública. Parece contravenir la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que dice, «Todo el mundo tiene derecho libremente a [...] compartir los avances científicos y sus beneficios».
La publicación con acceso abierto, a pesar de lo que promete, y de algunos excelentes recursos como la Public Library of Science y la base de datos de física arxiv.org, no han logrado desplazar a los monopolistas. [...].
La razón es que los grandes editores han unido las publicaciones a los factores de mayor impacto académico, en los que la publicación de trabajos es esencial para los investigadores que pretenden conseguir becas y avanzar en su carrera. Uno puede empezar a leer publicaciones de acceso abierto, pero no puede dejar de leer aquellas que lo tienen cerrado.
[...]
A corto plazo, los Gobiernos deberían remitir a los editores académicos a los organismos de control de la competencia, e insistir en que todos los trabajos que se refieran a alguna investigación financiada con dinero público se pongan en una base de datos pública. Más a la larga, deberían trabajar con investigadores para eliminar por completo al intermediario, y crear, siguiendo las líneas propuestas por Björn Brembs, un solo archivo global de datos y literatura académicos. La revisión que hacen los colegas estaría controlada por un cuerpo independiente. Se podría financiar con los presupuestos de las bibliotecas que actualmente se derivan a manos privadas.
El monopolio del conocimiento es tan injustificado y anacrónico como las Leyes del Maíz. Echemos a esos jefes supremos parásitos y liberemos la investigación que nos pertenece.
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