domingo, 31 de enero de 2010

domingo, 17 de enero de 2010

Un borracho que resulta ser profesor de Sociología


Van a parar al mismo bar al que fue con Pete, pero los estudiantes ya han vuelto: un local abarrotado y ruidoso [...]
Un borracho grita a los altavoces: "¡Esa es mi Maria!". Es el mismo borracho.
- El payaso ese estaba aquí cuando vine a tomar algo con Pete.
- Siempre está aquí.
- Está bastante mal.
- Dicen que era profesor de Sociología.
- Estás de coña.
- Eso dicen [...]
"¡Ooooh, Mama -grita el borracho-, Maria!"
- Ése no es profesor de Sociología.
- Voy a preguntárselo -dice Sam. Se levanta. Charles fija la vista al frente, por si hay pelea. No quiere meterse en nada. Si Sam no se hubiera levantado tan deprisa, podría haberlo disuadido.
- Sí que lo es -dice Sam sentándose otra vez.
- ¿Se lo preguntaste de verdad? ¿Qué dijo?
- Dijo "Sí".
- Dios.
Charles se sirve más cerveza.
- Y después, ¿qué dijiste? No le preguntarías y luego te marcharías, ¿verdad?
- Le dije: "Este semestre no dará clases de primer ciclo, ¿verdad?", y me dijo que no.
- ¿Y si te hubiera dicho que sí?
- No sé, se me habría ocurrido algo.

jueves, 7 de enero de 2010

Las dimensiones sociales de la ciudad

Aún no sabemos si el megaproyecto urbanístico en el barrio valenciano del Cabanyal, calificado por el Ministerio de Cultura de "expolio del patrimonio histórico" de este antiguo barrio de pescadores, quedará frenado. La primera respuesta del Ayuntamiento de Valencia ha sido reafirmarse en sus propósitos; con el apoyo del Gobierno valenciano, que ha aprobado un decreto-ley que autoriza "expresamente" las obras del plan de reforma. La Plataforma Salvem el Cabanyal anuncia su voluntad de proseguir con su lucha.

Es sólo el último ejemplo de conflicto social urbano. Me sirve para presentar un libro que acaba de publicar la Universidad del País Vasco: LAS DIMENSIONES SOCIALES DE LA CIUDAD. Incluyo el texto de cierre redactado por mí. Espero que os resulte interesante. El libro.






Como señala Víctor Urrutia en la introducción a este libro, la ciudad ha sido objeto de reflexión permanente en las ciencias sociales. Tanto es así que la Sociología sólo puede entenderse como una ciencia social tan propia de la sociedad industrial como radicalmente urbana. Una buena parte de los grandes sociólogos clásicos han sido, cada uno a su manera, sociólogos urbanos. Pensemos en Halbwachs y sus estudios de morfología social o en Tönnies y su continuum comunidad-asociación; en Sombart, en Weber y, por descontado, en Simmel; pensemos en Durkheim y sus reflexiones sobre la densidad social. Incluso Marx destaca en el Manifiesto la creciente urbanización del mundo como una de las características revolucionarias de la burguesía, aplaudiendo el hecho de que al someter el campo al imperio de la ciudad arranque “a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural”.
Seguramente es cierto que hoy vivimos “el eclipse de la idea de sociedad”.[1] Eclipse que, por cierto, no se identifica con aquel interesado réquiem funeral proclamado en 1987 por Margaret Thatcher: “La sociedad no existe. Sólo existen los individuos, hombres y mujeres, y las familias”. Se trata, más bien, del eclipse de una determinada idea de sociedad: aquella que pensaba la sociedad como totalidad coherente y organizada. Es la crisis de una sociedad sólida, con todas sus instituciones explosionando, saltando literalmente por los aires (ya sea en el espacio global, como el estado o el mercado, ya en el espacio virtual, como la cultura o la comunicación) o implosionando, volviéndose hacia dentro (como las identidades, las religiones o las ideologías, desmenuzadas hasta el infinito).
El eclipse de esta idea de sociedad ha afectado, como no podía ser de otra manera, a la Sociología, que de pronto parecía haberse quedado sin objeto. Fragmentada en una miríada de oficios especializados –en la asistencia social, los recursos humanos, el marketing, la administración pública, la demoscopia...- o dedicada a la conversación con toda suerte de sujetos híbridos, espinosos o multitudinarios que pueblan “el desierto de lo real”, lo cierto es que la Sociología atraviesa una fuerte crisis de identidad. Como advierten Dubet y Martuccelli, “no se puede renunciar a la idea de sociedad ya que la construcción de una representación de la vida social es parte de la vocación de una sociología que no quiera correr el riesgo de caer en la «insignificancia»”.[2] Otra cosa es que esa imprescindible idea de sociedad deberá necesariamente renunciar a cualquier pretensión totalizante.
En el epílogo de su libro El futuro de la sociedad, William Outhwaite reproduce el siguiente intercambio anónimo de grafitis: “– Dios ha muerto. – No, está vivo y goza de buena salud, sólo que está trabajando en un proyecto menos ambicioso”. Outhwaite considera que algo similar cabría decirse de nuestra concepción de la sociedad a principios del siglo XXI.[3] Tal vez podamos empezar a definir ese proyecto menos ambicioso al que dedicarnos acordando que hoy el nuevo nombre de la sociedad es ciudad.
La sociedad sigue existiendo, claro que sí, por más que le pese al neoliberalismo rampante. Y con la sociedad, las cuestiones sociales. Las de siempre –desigualdad, explotación, discriminación, violencia...- y otras nuevas: crisis del proyecto desarrollista, sostenibilidad, migraciones... Cuestiones, todas ellas, que se manifiestan en toda su compleja intensidad en los espacios urbanos, “laboratorio social por excelencia” (Park), cierto, pero también “vertederos para los problemas creados y no resueltos en el espacio global”.[4]
En adelante, cada vez más, la Sociología va a ser una ciencia social urbana, de la ciudad, en la ciudad y para la ciudad. Según las previsiones del Fondo de Población de Naciones Unidas, en 2008 más de la mitad de la población del planeta estaba viviendo en una ciudad.[5] En un proceso que califica de imparable -cada semana se suman 1,2 millones de nuevos "urbanos"-, el total de individuos que vive en ciudades pasará de 2.840 millones, en 2000, a 4.900 millones en 2030. Las regiones en desarrollo representarán el 93 por ciento de este aumento, y sólo entre Asia y África acumularán más del 80 por ciento del incremento de la población urbana mundial.
Al poner punto final a este libro, recuerdo las palabras con las que Jane Jacobs cerraba su Muerte y vida de las grandes ciudades americanas, allá por 1961: “Quizá sea romántico buscar la salvación o la curación de los males de la sociedad en unas «cercanías» rústicas y con espaciados ritmos de movimiento, o bien en medio del ambiente inocente y sano de las provincias (en caso de que exista tal ambiente); pero lo seguro es que perderemos el tiempo”.[6] Perdemos el tiempo, en primer lugar, porque los males de la sociedad (pero también los “bienes”) son males urbanos, y será en la ciudad donde debemos buscar y plantear su solución.
Hoy, cuando ya todo el mundo empieza a ser ciudad, es en la ciudad y no fuera de ella donde debemos buscar las soluciones a los problemas sociales. Fuera de la ciudad no hay salvación, o cuando menos salvación generalizada, democrática e igualitaria, para todas y para todos, y no solo para quienes puedan costearse salvaciones privadas en esos “paraísos de mal” que el neoliberalismo sueña en una borrachera de arquitectura monumentaria, de artificialización de la naturaleza, de consumismo conspicuo y de obsesión securitaria.[7]
Pero Jacobs no concluía su libro con esa reflexión haciendo un mero ejercicio de necesidad, sino también de virtud: “¿Supone por fortuna alguien que en la vida real las respuestas y soluciones a las grandes cuestiones que nos preocupan pueden venir de aglomeraciones o asentamientos homogéneos?”, se preguntaba. Es de la diversidad urbana de donde van a surgir las respuestas a los problemas que afronta la humanidad en el siglo XXI. Respirar el aire de la ciudad –con su inmensa variedad de aromas- es lo que puede volver a hacernos libres. Para esa tarea no nos sirve ya la sociología de la modernidad, tan sólida que se ha quedado agarrotada; la sociología postmoderna, más que líquida, parece gaseosa. ¿Y qué hay de una perspectiva hipermoderna?
François Ascher ha teorizado sobre la que denomina ciudad hipermoderna o metápolis, considerada como “un espacio necesariamente distendido, discontinuo, heterogéneo y polinuclear”. Y continua: “Esta ciudad hipermoderna no será el regreso a una ciudad europea más o menos mítica. Será una ciudad diversa, hecha de espacios y de modos de vida variados. El desafío político de la «gobernanza urbana» es conseguir que coexistan estas múltiples urbanidades”.[8]¿En esas estamos? Puede ser una excelente cuestión para continuar la conversación iniciada en las jornadas de Bilbao fruto de las cuales es este libro.



[1] F. Dubet y D. Martuccelli, ¿En qué sociedad vivimos?, Losada, Buenos Aires 1999, p. 11.
[2] Dubet y Martuccelli, op. cit., p. 16.
[3] W. Outhwaite, El futuro de la sociedad, Amorrortu, Buenos Aires 2008, p. 189.
[4] Z. Bauman, Confianza y temor en la ciudad, Arcadia, Barcelona 2006, p. 64.
[5] http://www.rlc.fao.org/es/agricultura/aup/pdf/pobla.pdf
[6] J. Jacobs, Muerte y vida de las grandes ciudades, Península, Barcelona 1967, p. 468.
[7] M. Davis and D.B. Monk (eds.), Evil paradises. Dreamworlds of neoliberalism, The New Press, New York 2007.
[8] F. Ascher, Diario de un hipermoderno, Alianza, Madrid 2009, p. 143.