viernes, 16 de octubre de 2009

Cuando un exceso de orden provoca el caos

«Si todos cumplimos las normas, Bilbao se convierte en un caos»
Un vecino desafía a la autoridad respetando el límite de velocidad. Una patrulla le paró por ir a 25 por hora en el Campo Volantín, un tramo de 30
Paco de la Fuente va a contracorriente. Cuando lo normal es que los conductores se jueguen cuantiosas multas por apretar en exceso el acelerador, él circula 'pisando huevos' a propósito. Es su forma de protestar. «Desde principios de este mes he decidido respetar todos los límites de velocidad, como no tengo prisa...». Este autónomo bilbaíno quiere demostrar que «si todos cumplimos las normas, Bilbao sería un caos» [...] «La cosa funciona porque la gente no cumple las normas», afirma convencido. En otra ocasión, también en el Campo Volantín, le adelantó «una niña en bici por el bide-gorri», sonríe. [EL CORREO]


El bilbaíno Paco de la Fuente se ha convertido, sin quererlo, en un perfecto ejemplo andante -o mejor, rodante- de lo que la perspectiva de la complejidad nos viene advirtiendo desde hace ya mucho tiempo: que la ordenada y ordenadora mirada sobre los fenómenos sociales característica de las sociologías clásicas debe complementarse y en ocasiones corregirse por una nueva mirada sociológica abierta a las paradojas de un mundo social muchas veces definido más por lo que ya no es que por lo que de hecho sea. Lo señalaba Georges Balandier en 1988:
"El paradigma orden/desorden es a la vez nuevo (por sus representaciones en las ciencias actuales) y muy antiguo (por sus representaciones en la filosofía occidental en su comienzo). Concuerda con una ciencia que debe ahora mantenerse en los límites de lo parcial y lo provisorio, de una representación del mundo fragmentada, y en el movimiento general de las sociedades y las culturas contemporáneas, a menudo presentado bajo los aspectos de un caos en devenir" [El desorden, Gedisa, 1993].

Años antes, en un ensayo titulado "Lo ingobernable" [recogido en Migajas políticas, Anagrama, 1984] el ensayista Hans Magnus Enzensberger fabula sobre las consecuencias de un encuentro entre un alto responsable político y un científico especializado en lo que se conoce, en términos generales, como ciencias de la complejidad. La preocupación del responsable político es formulada en los siguientes términos: ¿por qué en el terreno de la acción política resulta inalcanzable todo objetivo digno de mención?; ¿o por qué, en el mejor de los casos, cuando uno se aproxima al objetivo planteado, este acaba transformándose hasta quedar, en muchos casos, irreconocible? En definitiva: ¿por qué resulta imposible controlar totalmente los procesos de intervención política, estableciendo una adecuada relación entre objetivos previstos, medios propuestos y resultados logrados?
La respuesta del científico es la que cabe esperar de una persona que se mueva en el paradigma de la complejidad. Las sociedades humanas, en particular las sociedades más desarrolladas, son sistemas hipercríticos, hipercomplejos, caóticos. En este tipo de sistemas, caracterizados por un flujo energético o informativo creciente, es inevitable la presencia de turbulencias incontroladas, generadas con independencia de la conducta de los elementos aislados que lo componen. Quien siga aproximándose a esta realidad desde una perspectiva tradicional, ajena a la complejidad, tenderá a pensar que tales turbulencias son debidas, bien a la presencia de saboteadores, bien a la ausencia de una planificación adecuada. Su respuesta a las turbulencias será la de tratar de perfeccionar los mecanismos de control. En otras palabras, volcará nuevos flujos de información, con lo que aumentará aún más la complejidad del sistema, lo que en definitiva tendrá como resultado un caos todavía mayor.

Con el fin de ilustrar su planteamiento, el científico pone, precisamente, el ejemplo de la circulación de vehículos en una gran ciudad. Paradójicamente, la estricta observancia del código de la circulación supondría un absoluto caos. Un altísimo porcentaje de los casos de aparcamiento o parada de un vehículo son ilegales. Y, aunque sin duda generan molestias y problemas, sólo estas pequeñas infracciones hacen posible el flujo continuo de vehículos, de muchos más vehículos que espacios de aparcamiento existen. De ahí su provocadora conclusión: “La anarquía evita el caos”. La huelga de celo, es decir, la aplicación literal de las normas que caracterizan una determinada actividad laboral, es un ejemplo evidente de esto. Ahora bien: “Un sistema hipercomplejo es al fin y al cabo un sistema y no un montón de basura. Esto significa que ha de derrumbarse necesariamente en el momento en que saque de él los elementos que lo estructuran, aun cuando esos elementos no puedan imponerse jamás íntegramente”.
Un cierto grado de anarquía evita el caos, siempre que esa anarquía no comprometa la viabilidad de los elementos que estructuran el sistema. Aquí estriba la tensión en la gestión de los sistemas complejos: en la capacidad de permitir fugas de orden que, a la manera de las sangrías o las pequeñas hemorragias, reequilibran el sistema, sin poner en riesgo su existencia.

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