Se trata del proyecto Indect, dirigido a crear un programa que permita "detectar automáticamente" en la Red "amenazas, conductas anormales o violencia" en el marco de la lucha contra el cibercrimen y el terrorismo. Para ello, "arañas inteligentes" rastrearán páginas web, foros de discusión, redes P2P y "sistemas informáticos individuales".
Más allá de las preocupantes resonancias orwellianas de un proyecto así, sorprende la facilidad con la que se habla de "detectar -o incluso 'hallar'- conductas anormales". Como si estas fueran evidentes. Tanto que bastaría con un programa informático para detectarlas.
Michel Foucault inicia su obra Las palabras y las cosas citando un curioso texto del escritor argentino Borges en el que habla de cierta enciclopedia china donde aparece una extraña clasificación de los animales: "Los animales se dividen en a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) inumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas".
Describir así la realidad de los animales puede parecernos divertida, curiosa, absurda, pero, en cualquier caso, nos resultará irreal. Y sin embargo habría que preguntarse: ¿por qué ha de ser menos aceptable esta descripción de la realidad que otras? Paul Watzlawick nos ayuda a pensar esta cuestión:
Si barajamos un paquete de naipes y tras la operación las cartas aparecen rigurosamente ordenadas según los cuatro palos y de as a rey, sin un solo fallo, nos parecerá que hay demasiado orden para ser creíble. Si ahora un profesor de estadística nos explica que este orden tiene tantas probabilidades como otro cualquiera, es casi seguro que al principio no le entenderemos, hasta que caigamos en la cuenta de que, efectivamente, cualquier orden (o desorden) producido al barajar las cartas es tan probable (o improbable) como otro cualquiera. La única razón por la que el orden mencionado en primer lugar nos parece tan extraordinario es que, por motivos que no tienen nada que ver con la probabilidad, sino que dependen sólo de nuestra definición de orden, hemos atribuido a este resultado una significación, importancia y preeminencia exclusivas y hemos arrojado al cesto todos los demás como desordenados y fortuitos.
Ojo, pues, con nuestras consideraciones sobre lo que es "ordenado" o "desordenado", "normal" o "extraño". En la mayoría de las ocasiones, inconscientemente, estamos tomando por atributos o propiedades de la realidad objetiva lo que no es sino nuestra definición de la realidad.
Si barajamos un paquete de naipes y tras la operación las cartas aparecen rigurosamente ordenadas según los cuatro palos y de as a rey, sin un solo fallo, nos parecerá que hay demasiado orden para ser creíble. Si ahora un profesor de estadística nos explica que este orden tiene tantas probabilidades como otro cualquiera, es casi seguro que al principio no le entenderemos, hasta que caigamos en la cuenta de que, efectivamente, cualquier orden (o desorden) producido al barajar las cartas es tan probable (o improbable) como otro cualquiera. La única razón por la que el orden mencionado en primer lugar nos parece tan extraordinario es que, por motivos que no tienen nada que ver con la probabilidad, sino que dependen sólo de nuestra definición de orden, hemos atribuido a este resultado una significación, importancia y preeminencia exclusivas y hemos arrojado al cesto todos los demás como desordenados y fortuitos.
Ojo, pues, con nuestras consideraciones sobre lo que es "ordenado" o "desordenado", "normal" o "extraño". En la mayoría de las ocasiones, inconscientemente, estamos tomando por atributos o propiedades de la realidad objetiva lo que no es sino nuestra definición de la realidad.
Decía Aristóteles que "pensar depende del sujeto mismo, de su voluntad, mientras que percibir no depende de él". Aristóteles tenía una concepción especular del conocimiento y la percepción, convencido de que nuestra percepción de la realidad actúa como un espejo, que no hace otra cosa que reflejar lo que existe. De este modo, lo que la persona percibe es lo que realmente existe: "vemos" la realidad. Todos somos en la práctica bastante aristotélicos, y acostumbramos a funcionar desde la creencia en ese carácter especular de la percepción. Pero hemos la cosa no está nada clara: a) porque una misma realidad puede ser percibida de formas opuestas; b) porque pueden darse definiciones de la realidad falsas que, sin embargo, provoquen comportamientos cuyas consecuencias sean las mismas que si tales definiciones hubieran sido verdaderas (Teorema de Thomas).
Aún así, es posible que sigamos manteniendo que "la realidad es real", aunque su conocimiento o percepción pueda ser desvirtuado por causas diversas: falta de datos, prejuicios, malos entendidos, etc.
El psicólogo social Jean Stoetzel nos llama la atención sobre un hecho importante: "Nosotros no tenemos ninguna conciencia de los factores culturales de nuestros comportamientos y, especialmente, en nuestros comportamientos perceptivos, porque estamos sumergidos en nuestra propia cultura". En efecto, la realidad que percibimos es la que nos rodea, y ésta nos parece la realidad. Vemos lo que hay porque está ahí, y lo vemos tal y como es. Sin embargo, Stoetzel recoge algunos estudios etnológicos que hacen tambalearse nuestra convicción:
La experiencia etnológica permite constatar que, puestos en presencia de estímulos que "físicamente" parecen idénticos, los individuos que pertenecen a diversos grupos culturales tienen comportamientos perceptivos diferentes. Esto es lo que aparece en primer lugar muy claramente en el campo de los colores. Un viajero en Africa negra comprueba inmediatamente, en el mismo lugar, que etnias diferentes no hacen las mismas distinciones de los colores; algunas no distinguen entre los colores "claros" (rojo, naranja, amarillo), otras confunden los colores "oscuros" y "fuertes" (verde, castaño, negro). Un autor que ha reunido documentos pertenecientes a unas sesenta tribus americanas, concluye que los sistemas de colores por los cuales es conceptualizado el mundo visual y que sirven, por consiguiente, de instrumentos para la percepción en las diferentes culturas, no deben nada a la psicología, a la fisiología, ni a la anatomía; no existe, por cierto, una división "natural" del espectro. Cada cultura ha tomado la gama de colores del espectro y la ha dividido en unidades sobre una base totalmente arbitraria, variable de una cultura a otra.
Algo aparentemente "tan natural" como es el hecho de "ver los colores", resulta que no lo es tanto.
El psicólogo social Jean Stoetzel nos llama la atención sobre un hecho importante: "Nosotros no tenemos ninguna conciencia de los factores culturales de nuestros comportamientos y, especialmente, en nuestros comportamientos perceptivos, porque estamos sumergidos en nuestra propia cultura". En efecto, la realidad que percibimos es la que nos rodea, y ésta nos parece la realidad. Vemos lo que hay porque está ahí, y lo vemos tal y como es. Sin embargo, Stoetzel recoge algunos estudios etnológicos que hacen tambalearse nuestra convicción:
La experiencia etnológica permite constatar que, puestos en presencia de estímulos que "físicamente" parecen idénticos, los individuos que pertenecen a diversos grupos culturales tienen comportamientos perceptivos diferentes. Esto es lo que aparece en primer lugar muy claramente en el campo de los colores. Un viajero en Africa negra comprueba inmediatamente, en el mismo lugar, que etnias diferentes no hacen las mismas distinciones de los colores; algunas no distinguen entre los colores "claros" (rojo, naranja, amarillo), otras confunden los colores "oscuros" y "fuertes" (verde, castaño, negro). Un autor que ha reunido documentos pertenecientes a unas sesenta tribus americanas, concluye que los sistemas de colores por los cuales es conceptualizado el mundo visual y que sirven, por consiguiente, de instrumentos para la percepción en las diferentes culturas, no deben nada a la psicología, a la fisiología, ni a la anatomía; no existe, por cierto, una división "natural" del espectro. Cada cultura ha tomado la gama de colores del espectro y la ha dividido en unidades sobre una base totalmente arbitraria, variable de una cultura a otra.
Algo aparentemente "tan natural" como es el hecho de "ver los colores", resulta que no lo es tanto.
Como nos recuerda Ralph Linton, es muy probable que lo último que descubriría un habitante de las profundidades del mar fuera, precisamente, el agua. Los seres humanos, habitantes de las profundidades de un mar llamado cultura, a menudo no somos conscientes de vivir rodeados de elementos culturales -por tanto, no naturales-, empezando por nuestro lenguaje y continuando por nuestros valores, hasta llegar a nuestras instituciones e instrumentos.
Nos parece "lo más natural del mundo" vivir como vivimos, comer lo que comemos, hablar como hablamos. Si no conocieramos la existencia de otros modos de vida, de otras costumbres, de otros idiomas, ni se nos pasaría por la cabeza pensar en la posibilidad de vivir de manera distinta a la nuestra. E incluso cuando conocemos otras culturas, nuestra primera reacción suele ser la de verlas como "extrañas" (por contraposición a la nuestra, que inconscientemente consideramos "normal"), cuando no cómo "inferiores". Con resultados como estos, permanente a pesar del transcurso de los siglos:
Nos parece "lo más natural del mundo" vivir como vivimos, comer lo que comemos, hablar como hablamos. Si no conocieramos la existencia de otros modos de vida, de otras costumbres, de otros idiomas, ni se nos pasaría por la cabeza pensar en la posibilidad de vivir de manera distinta a la nuestra. E incluso cuando conocemos otras culturas, nuestra primera reacción suele ser la de verlas como "extrañas" (por contraposición a la nuestra, que inconscientemente consideramos "normal"), cuando no cómo "inferiores". Con resultados como estos, permanente a pesar del transcurso de los siglos:
El 12 de octubre de 1492, Cristobal Colón escribió en su diario que él quería llevarse algunos indios a España para que aprendan a hablar ("que deprendan fablar"). Cinco siglos después, el 12 de octubre de 1989, en una corte de justicia de los Estados Unidos un indio mixteco fue considerado retardado mental ("mentally retarded") porque no hablaba correctamente la lengua castellana. Ladislao Pastrana, mexicano de Oaxaca, bracero ilegal en los campos de California, iba a ser encerrado de por vida en un asilo público. Pastrana no se entendía con la intérprete española y el psicólogo diagnosticó un claro déficit intelectual. Finalmente, los antropólogos aclararon la situación: Pastrana se expresaba perfectamente en su lengua, la lengua mixteca, que hablan los indios herederos de una cultura que tiene más de dos mil años de antigüedad.
Pocas experiencias hay tan fascinantes como la de salir de nuestra realidad cultural y entrar en contacto con otras, sea al nivel que sea: salir de un pequeño pueblo y entrar en contacto con la cultura urbana; viajar a un país extranjero; entrar en contacto con personas que tienen credos o ideologías distintas; etc. Tales experiencias son como contemplar el valle en cuyo fondo hemos pasado nuestra vida desde la altura de las montañas que lo circundan; vemos las cosas de otra forma, desde otra perspectiva: probablemente, con una cierta humildad, con la sensación de que "lo nuestro" no es, como antes nos parecía, el centro del Universo.
Pero pocas experiencias, también, pueden ser tan terribles como ésta. Como enseguida veremos, los seres humanos ansiamos la seguridad, la estabilidad. Esta ansia se ve radicalmente amenazada por la simple existencia de otras realidades. "El otro -dice Gevaert- se impone por sí mismo, irrumpe en mi existencia (...) Ni siquiera tiene necesidad de formular explícitamente la petición de reconocimiento: su misma presencia es ya exigencia de reconocimiento, llamada que se me dirige, apelación a mi responsabilidad. Por eso mismo mi existencia es inevitablemente una aceptación o una repulsa del otro". Pues igual ocurre a nivel social: existen otras religiones y ya no podemos afirmar la nuestra desde el dogmatismo; existen otras formas de vivir la sexualidad y ya no podemos mantener comportamientos homofóbicos; ... Descubrimos que también nosotros y nosotras, con nuestras creencias y formas de vida, somos otros y otras para muchas personas, lo que supone un indudable elemento de inseguridad.
Pero pocas experiencias, también, pueden ser tan terribles como ésta. Como enseguida veremos, los seres humanos ansiamos la seguridad, la estabilidad. Esta ansia se ve radicalmente amenazada por la simple existencia de otras realidades. "El otro -dice Gevaert- se impone por sí mismo, irrumpe en mi existencia (...) Ni siquiera tiene necesidad de formular explícitamente la petición de reconocimiento: su misma presencia es ya exigencia de reconocimiento, llamada que se me dirige, apelación a mi responsabilidad. Por eso mismo mi existencia es inevitablemente una aceptación o una repulsa del otro". Pues igual ocurre a nivel social: existen otras religiones y ya no podemos afirmar la nuestra desde el dogmatismo; existen otras formas de vivir la sexualidad y ya no podemos mantener comportamientos homofóbicos; ... Descubrimos que también nosotros y nosotras, con nuestras creencias y formas de vida, somos otros y otras para muchas personas, lo que supone un indudable elemento de inseguridad.
Y ahora, inteligente araña rastreadora: defina "conducta anormal".
Muy bueno el articulo!!
ResponderEliminar"La búsqueda de una identidad definitiva, imperecedera, se ha convertido en una empresa suicida. En un mundo en el que la suma de atributos profesionales, culturales y afectivos que distinguen a un individuo cambia con mucho mayor rapidez que la vida de ese individuo, cualquier intento de anclar un “proyecto de vida” en alguna identidad es predeciblemente falible. Pero si la identidad se ha vuelto una sustancia pasajera, ¿cómo definir entonces al “otro”? El “otro” no es más que una invención o una construcción antropológica reciente, anclada inevitablemente en algún etnocentrismo, que ha dejado gradualmente de interpelar los órdenes de la diferencia. La “Diferencia” (con mayúscula) se ha evaporado como lo que siempre fue: un espejismo; sólo hay diferentes, y cambian de manera ininterrumpida.".( ZYGMUN BAUMAN.)
ResponderEliminarYo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos todos somos anormalmente normales y normalmente anormales. Y todos somos verdad. Porque somos, solo por eso.
Un abrazo Imanol, eres un fenómeno. Aunque no te prodigues en la "Montaña Cercana". Pablo.
Tienes toda la raz'on del mundo Imanol. Hay toda una ideolog'ia de la normalidad, que nos fastidia sobre todo a los discapacitados
ResponderEliminarprecisamente me acaban de publicar un articulo sobre el tema:
http://www.dilemata.net/revista/index.php/Dilemata/article/view/12/5
Melania
Otra vez el link , que no sale:
ResponderEliminarComo dec'ia el articulo se llama la "normalidad" y sus territorios liberados
http://www.dilemata.net/revista/index.php
/Dilemata/article/view/12/5
A ver si ahora funciona,
un beso, Imanol,
Melania