[Mary McCarthy, Pájaros de América, Tusquets, 2007]
¿Por qué es un problema la desigualdad? Importante: es un problema en nuestras sociedades, no necesariamente (o históricamente) en otras.
Esto es así merced a una aparente paradoja. La cuestión de la igualdad surge cuando el hombre moderno se descubre a sí mismo como individuo, es decir, como único, diferente del resto de sus semejantes. De ahí que “el principio del respeto a las personas, como «fines en sí mismas», en virtud de su inherente dignidad de individuos, constituya el fundamento del ideal de la igualdad humana” (Lukes). A diferencia de las sociedades tradicionales, en las que el tipo humano es el Homo hierarchicus, desigual por definición, las sociedades modernas han entronizado el Homo aequalis (Dumont). Continuando con la paradoja, podamos estar de acuerdo con la visión de Dahrendorf cuando sostiene que “el fin de la igualdad es la desigualdad; el fin de los derechos universales reside en las diferenciadas vidas individuales”.
Esta aspiración moderna a la igualdad se expresa cuando decimos que “todos somos iguales”. Nada hay de descriptivo en esta afirmación. Al contrario, el sentido común nos ilustra sobre lo enormemente desiguales que somos los seres humanos. Sin embargo, la herencia ética de la Ilustración consiste en "conjugar la petición moral de universalidad con la suposición política de igualdad. Contra toda apariencia dada por los hechos se comenzó a pensar «como sí». Se comenzó a pensar que la justicia dependía de este como si. Pensar a los seres humanos como si fueran iguales, imaginarlos como si fueran capaces de seguir normas dictadas por la razón o el sentido común" (Valcárcel).
Lo que queremos decir es que ninguna de esas diferencias es suficiente para distinguir radicalmente entre sí a los seres humanos: “Nuestra especie es una, y cada uno de los individuos que la componen merece una idéntica consideración moral” (Ignatieff). De ahí la definición de progreso propuesta por Rorty: “Un aumento de nuestra capacidad de considerar un número cada vez mayor de diferencias entre las personas como irrelevantes desde el punto de vista moral”.
Pero no se trata de un “como sí” cualquiera. Es la suposición que hace posible el comportamiento moral: “La igualdad es la suposición por excelencia para que la moral sea posible [...] Si no estamos dispuestos a considerar que cualquier otro tiene deseos o derechos tan seguros como los nuestros, ¿cómo podríamos siquiera plantear la universalidad, que es la forma propia del juicio moral?” (Valcárcel). Así pues, la idea de igualdad, la consideración de la igualdad como un bien moral, es lo único que nos permite pensar en términos de universalidad. Base imprescindible de los derechos humanos.
La desigualdad debilita los fundamentos morales de la convivencia: “Mina el terreno de las experiencias compartidas, incluso cognitivas, que operan como cimiento de los más elementales lazos fraternales y solidarios de las comunidades políticas” (Gargarella y Ovejero). Son numerosos los estudios que indican que las sociedades más igualitarias tienden a ser más cohesivas, existiendo una relación positiva entre igualdad y capital social (a más igualdad, mayor participación y compromiso ciudadano). A la inversa, los mismos o similares estudios confirman la existencia de una relación negativa entre igualdad y seguridad ciudadana (a menos igualdad, mayores tasas de delitos violentos). De manera que podemos concluir asumiendo que “las desigualdades en las rentas lo afectan todo, desde el tipo de estructura social a la que se enfrentan los individuos hasta la naturaleza del desarrollo emocional temprano. Las desigualdades socioeconómicas ejercen un profundo efecto en la calidad del entorno social y del bienestar psicosocial de la población” (Wilkinson).
Es por ello que la igualdad es condición necesaria para la libertad. Como argumenta acertadamente Balibar al desarrollar su idea de égaliberté, “no hay ejemplos de restricciones o supresión de las libertades sin desigualdades sociales, ni de desigualdades sin restricción o supresión de las libertades”.
Así pues, aunque la igualdad (y la desigualdad) no se agota en sus aspectos materiales, bien podemos decir que no se concibe sin esta dimensión material. Los derechos sociales han surgido de un descubrimiento tan evidente como fundamental: que “la libertad está amenazada por el despotismo, pero también por el hambre y la miseria, la ignorancia y la dependencia” (Contreras). De ahí el acierto de Marshall cuando, en sus ya clásicas conferencias de 1949 en Cambridge, concibe el desenvolvimiento de la ciudadanía moderna como el progresivo desarrollo de tres dimensiones irrenunciables: civil, política y social.
Así pues, en nuestros compromisos políticos debemos optar por la igualdad frente a la desigualdad. Ahora bien, esto no es decir mucho. Como señala Bobbio, el concepto de igualdad es relativo, no absoluto. Y continua:
"Es relativo por lo menos en tres variables a las que siembre hay que tener en cuenta cada vez que se introduce el discurso sobre la mayor o menor viabilidad de la idea de igualdad: a) los sujetos entre los cuales nos proponemos repartir los bienes o los gravámenes; b) los bienes o gravámenes que repartir; c) el criterio por el cual repartirlos. Con otras palabras, ningún proyecto de repartición puede evitar responder a estas tres preguntas: «Igualdad sí, pero ¿entre quién, en qué, basándose en qué criterio?»".
Pero esta es otra historia.
Hombre. Los hombres no son iguales. Hay nos que tienen un nivel del SER mas desarrollados que otros pues hay bandidos y hay hombres virtuosos. No es lo mismo un Ladrón que un hombre filantropico. Entonces no caigamos en dilemas. Que todos tengamos el mismo derecho a ser libres y a vivir nuestras vidas, es otra cosa pero no confundamos La Filosofía, con Sofia en un Filo.
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